Por Noelia Gatalina.
Todo está bien y todo podría estar peor.
Me despierto sin esperanzas y las noticias matutinas actúan como la peor de las drogas. No sé cómo me atrevo a salir a la calle.
Estamos viviendo nuestros últimos días en esta tierra y nadie quiere darse cuenta. Porque el día a día te traga, las cuentas aprisionan y los pocos sueños que quedan son la peor de las cargas.
Quiero dejar de soñar. Ya bastante tengo con la sensación de ansiedad permanente que me genera tener que pagar hasta respirar. Respirar también se ha vuelto un problema difícil de costear.
Mi madre me dijo siempre mientras fui joven, que pusiera precio a mis caderas, a mi estrecha cintura y a mis tetas turgentes mientras fuera bella. Tuve oportunidades de salvarme de este espasmo permanente. Pero siempre la maldita idea de la pérdida de mis libertades fue prioritaria. Ahora ya nadie me desea, pasé del mercado juvenil y creo que no me pagarían ni diez mil por una mamada. La chupaba bien. Esa opinión fue masiva entre mis parejas.

Anoche fui a lo de Paula. Cada vez que la veo la encuentro más gorda y terminada. Luego me regaño y pienso: tengo que ser muy descarada si creo que la vida de mierda que llevamos no ha gatillado que vayamos mutando hasta convertirnos en excremento.
Paula me contó que estaba con un cliente, lo tenía bien agarrado del cuello mientras le chupaba el pecho lleno de leche. Paula atiende a tipos verdaderamente extraños. Estaba en eso cuando Lucas empezó a llorar en el cuarto de al lado. El tipo no reparó ni un segundo en decirle que llevara a Lucas al aposento. Ella le hizo caso y bueno, el muy degenerado se fue en semen cuando Paula los tuvo a ambos bebiendo su leche. Le pagó el doble y ella quedó encantada. “Es un tipo decente, trabaja en una Seremi”.
Llené su ficha y le imploré que me llamara para cuidar de Lucas cuando le tocara con ese perfil de mamarrachos.
¿Y qué más le puedo decir? ¿Que le quitaré al niño y lo entregaré a un hogar de acogida en el cual a los diez años ya sabrá delinquir?
Nada. Me vine a casa, me tomé un té y escogí no pensar más en el asunto. Y hoy recorrí tres cuadras de casas con casas pegadas. Haitianas, colombianas, Venezolanas. Todas durmiendo arriba de otras. Un verdadero gueto Chileno. Mujeres exóticamente necesitadas que ampliaron la oferta del machito travieso.
Yo no quise putear y le terminé puteando al sistema. Prisionera de créditos para pagar la Universidad y un departamento de treinta y cinco metros cuadrados, en el que choco conmigo misma a diario. Al menos mi vieja murió orgullosa y creyendo que el cartón me daría una buena vida.
Es Domingo y espero a Juan. Juan me cobra barato. Es un maestro haciéndome nudos y me folla como si realmente me deseara. Sabe bien como y dónde golpearme. Me lame como nadie nunca supo antes lamerme el coño. Sus palmadas rítmicas me hacen sentir menos frígida y me dejan alerta, preparada para los verdaderos golpes que están haya afuera, en un mundo que se desmorona y que me mata un poco cada día.