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[Relato erótico] por Noelia Gatalina: El edificio de filosofía, donde el patio trasero era el más cómodo para mis lecturas “mañaneras”

Por Noelia Gatalina.

Llegué tarde ese día a la facultad. El día estaba más helado adentro que fuera de esta. Su microclima era la síntesis de un mundo a parte que desparramado  por el césped húmedo, ya despedía a esas horas olores a paraguaya y chilombiana.

Me sentí más observada que de costumbre. No me importaban las miradas en esa época, hoy siento terror de no sentirlas sobre mí. A medida de que mis pasos se acercaban hacia el edificio de filosofía, cuyo patio trasero era el más cómodo para mis lecturas mañaneras, una especie de murmullos estudiantiles me fue envolviendo…Fue ahí cuando divisé una serie de fotos mías pegadas en los árboles aledaños a las facultades de Castellano y Filosofía. Cada una de estas iba acompañada de un poema en letras rojas. El poema no era más que dos estrofas describiendo la erección perfecta y el pajeo posterior que mi presencia le provocaba diariamente al “poeta”.

No lo culpé ni mucho menos me escandalicé . El tipo era mi voyerista preferido. Gracias a él mi atrevimiento sexual de esos días, me resultaba doblemente gratificante. 

Me recuerdo indomable, candente, insaciable, entre medio de los arbustos. Sentada sobre alguien con las piernas abiertas de par en par en los asientos de cemento, a plena luz del día, deleitándome rítmicamente con miembro escogido y de un montón de miradas lascivas que se iban contagiando con mi calentura. Dejándome agarrar entera apoyada en los muros de los edificios en las ruinas de las canchas traseras. Teniendo sexo al lado de otras parejas que también lo tenían. Recuerdo aquello y recuerdo “al poeta”, con sus ojos ensalzados, la boca medio abierta y sus manos envolviendo  su vigor. Yo también lo vi acabar, tantas veces como él a mí.

Fui despegando una a una las fotocopias repartidas en los árboles. Las guardé durante mucho tiempo, pero a través de las muchas historias de mi vida las perdí. Debí atesorarlas para épocas como las de hoy. Para días en los que hasta el más furtivo de los besos se esconde en habitaciones heladas y ajenas. En los cuales mido la conveniencia y el riesgo de mal tratar mi reputación o peor aún mi corazón, el cual ha sido fragmentado lo suficiente. 

Tiempos en los que no me tiraría a nadie exponiéndome públicamente, en los que me avergüenza sentir algo de esa  vulnerabilidad visceral, tan libre, tan cruda, tan mía.

Aunque de vez en cuando vuelve a mi esa fiebre interna y mientras mis dedos se pierden entre mis carnes, me imagino al poeta observándome con los mismos ojos de pervertido, pajeándose a mi nombre.

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