
Fin de Semana
La invadió la odiosa sensación de sentirse estúpida. Otra vez la misma pavada. El hombre-tipo que le hablaba dinámicamente entre los lunes y jueves para luego desaparecer los fines de semana.
Ella ya no averiguaba, no quería saber, bastaba con ver las últimas fotos de las redes para darse cuenta de que iba perdiendo en el “concurso” de tener pareja estable.
Agarró el libro de turno, apagó el celular y se tumbó a leer…
Despertó cuando ya estaba anocheciendo. Muerta de frío, se dirigió a la ducha, no se iba a quedar en casa, aunque de buena gana lo habría hecho. Salir, mostrarse, hablar con alguien. Cada una de esas dinámicas eran acciones para mantener su cabeza ocupada y distanciada del síntoma terrible de la ansiedad. Estaba vieja, era atractiva, pero vieja…
Recordó aquella vez que pensó en quedarse junto a un tipo realmente decadente, que la quería a ratos y ese afecto paupérrimo al menos le proporcionaba ciertos aires de normalidad a sus días. Al menos ese hombre siempre estaba para ella, pensaba.
Estuvo a punto de conformarse con aquel ejemplar salido de películas que tratan de rehabilitación, pero la idea se disipó la noche que el sujeto se embriagó mientras ella dormía y sin haber sido capaz de llegar al baño le había meado su colchón…Puta vida.
Se sirvió una copa de vino mientras se vestía. ¿Dónde ir? No había mucho donde escoger.
Terminó escuchando jazz en un local de buenas intenciones y mal vino. Entre personas que quizás como ella, eran el saldo entre a quienes les iba bien, y los perdedores de siempre. El segmento de los nunca bien ponderados mediocres.
Su historia era un pretérito de muchas otras narraciones de tiempos mejores. Su vida. Su vida era como la partida de un caballo de carrera inglés y la llegada de un asno.
Se le acercaron como siempre hombres menores a los cuales remitía solo a follar, sin nada con qué construir. No quiso perder mucho el tiempo dialogando sobre pendejadas sin rumbo y le dijo que sí a uno que llevaba la barba cuidada que al menos parecía limpio, y con la capacidad económica para poder pagar el motel.
No fue nada del otro mundo. Intercambió los besos por un 69 generoso. Ya no estaba en edad de besar a alguien que no tuviera importancia. Su magnífica forma de moverse y saber auto provocarse orgasmos aún con un falo adentro, observando los ojos perdidos de un crío que de seguro creería estar teniendo el mejor sexo de su corta e insípida vida, le proporcionaban algo más de lascivia mental.
Quiso largarse enseguida, sin segundas partes. No retuvo nombres ni contacto.
Despertó temprano, alargó el brazo y encendió el celular. Ahí estaban las nuevas imágenes de restaurantes de otra ciudad, de otras compañías. De un espacio en el que ella no existía…
Al diablo, pensó, al menos cogí. Partió en calzones a por otra botella de vino para su desayuno dominical. Ya se viene pronto el lunes, pensó.