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Ahora falta el “Cura Hasbùn”: El Vaticano consideró culpable de abusos a menores de edad a cura Jorge Laplagne, esto luego de más de 10 años de encubrimientos

Un caso de abusos sexuales y de poder más una red de encubrimiento de la jerarquía católica, se ha ido transformando en emblemático. Este involucra a dos cardenales chilenos que actualmente viven, al cura Hasbún y a los hermanos Maristas al menos. Con la decisión vaticana, recién comienza a transitar hacia la verdad luego de una década de desoír a las víctimas.

La Delegación Verdad y Paz del Arzobispado de Santiago, mediante un comunicado de tres líneas, informó que «la Santa Sede ha considerado culpable del delito contra el sexto mandamiento del decálogo contra menor, al Pbro. Jorge Enrique Laplagne Aguirre» .

En otras tres líneas, se señaló que el victimario decidió apelar, por lo que el proceso sigue su curso. Además indicó que «seguirán vigentes las medidas cautelares de restricción del ejercicio público del ministerio». Así, también, el comunicado precisa que » Ya se ha informado al denunciante».

Lamentablemente, el breve documento nada dice si las víctimas también ya fueron informadas de la medida que afecta a su victimario o si deben informarse por la prensa.

Historia y red de encubrimientos

El denunciante es el exacólito Javier Molina, quien acusó a Laplagne de abusos sexuales y de poder, los que se iniciaron 1998 cuando él tenía solo 13 años de edad y el cura era su guía espiritual. Laplagne era entonces párroco de la parroquia Santa María de la Esperanza de Maipú, mientras era arzobispo de Santiago, el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa.

El programa El Informante de TV 24 Horas hizo una larga entrevista a Jorge Molina, en la cual explica con detalle los hechos constitutivos de abusos y encubrimiento. Esta entrevista puede verla aquí.

En lo sustancial, cabe indicar que fue en 2010, cuando era arzobispo de Santiago el cardenal Ricardo Ezatti Andrello, el sobreviviente hizo su primera denuncia ante el arzobispado. El único hecho conocido adoptado por la autoridad eclesiástica es que procedió a trasladar al victimario de parroquia.

Así, el arzobispo destinó a Laplagne como párroco de la parroquia Cristo Resucitado de la misma comuna de Maipú, donde lo mantuvo hasta 2016. En el entretanto, en 2011, dos religiosas denunciaron ante el arzobispado, el abuso de Laplagne contra dos acólitos.

En 2016, Ricardo Ezzati trasladó nuevamente al victimario y lo erigió párroco de dos parroquias simultáneamente y que son conlindantes. La parroquia San Crescente de Providencia y la parroquia Nuestra Señora de Lujan de Ñuñoa.

Laplagne, además de doble párroco también prestaba servicios en el Instituto Alonso de Ercilla, de los Hermanos Maristas. En este otro caso de connotación pública, el victimario también es investigado por abuso sexual, incluso hay testimonios en la prensa de denuncias con niños en 2016 y 2017.

Solo en 2018, luego de que el papa Francisco viniera a Chile, después que enviara su carta al Pueblo de Dios y que en Roma Canal 13 filtrara lo que les dijo papa y posterior renuncia del episcopado completo,  los antecedentes de Jorge Laplagne fueron enviados por el arzobispado de Santiago al Vaticano para que se procediera con la respectiva investigación y cuyo resultado hoy se comunica dando cuenta de la culpabilidad del cura.

El rol clave de Habún

Raúl Hasbún, abogado y cura del arzobispado de Santiago donde ha ocupado diversos cargos, también es acusado por el denunciante Javier Molina.

Conforme a lo que recoge en su reporteo el diario The Clinic, el joven denunciante al declarar ante el exvicecanciller del arzobispado, Óscar Muñoz Toledo, (quien fue expulsado del sacerdocio por abusos sexuales también),  “me invitó a iniciar el proceso que estaría a cargo del padre Raúl Hasbún Zaror, quien ejercería su rol como promotor de justicia”.

Dentro de los torcidos cuestionamientos de Hasbún, detalla The Clinic, estaban “si buscaba compensación económica y si sentí placer cuando (Jorge Laplagne) me metió el dedo en el ano”. Cuando el denunciante finalizó esa declaración, tuvo que firmar un “documento en el que renunciaba a hacer cualquier presentación ante tribunales”.

Javier Molina Huerta tenía menos de 13 años cuando conoció al sacerdote diocesano Jorge Laplagne Aguirre. Durante su adolescencia como acólito, Molina sufrió abusos sexuales y de conciencia por parte del sacerdote, hechos que denunció al Arzobispado y por los cuales nunca obtuvo respuesta. Apoyado por la Fundación para la Confianza, este martes se ingresó una querella ante el Juzgado de Garantía de Rancagua. En ella, Molina no sólo relata los abusos sufridos por parte de Laplagne, sino que además describe actitudes de encubrimiento por parte de los máximos líderes de la iglesia católica chilena. El abogado Juan Pablo Hermosilla, patrocinante de la causa, señaló a The Clinic que estos actos de encubrimiento podrían ser sancionados penalmente, ya que se produjeron con posterioridad al 2010. “Tengo confianza que aquí va a poder ser posible sobrepasar la prescripción”, asegura el abogado. Aquí, de forma exclusiva, transcribimos un extracto del contenido de la querella. El relato en primera persona de Javier: Conociendo a Laplagne: “Provengo de uno familia con fuertes vínculos religiosos, por eso es que desde muy pequeño, mi madre, me motivó a participar de la vida parroquial. En enero del año 2002, cuando tenía 13 años, asistí a la Escuela de la Fe que se realiza todos los veranos en el colegio Carolina Llona, ubicado en Maipú. Me acerqué a un presbítero, el sacerdote Jorge Laplagne. Desde ese primer encuentro, se mostró muy amable y cercano conmigo, de hecho se ofreció a llevarme a mi casa al término de las clases. Laplagne me solicitó que fuera acólito en su parroquia Santa María de la Esperanza, ubicada en Maipú. Dada la cercanía que se había generado entre nosotros, y considerando que ahora sería acólito en su parroquia, le pedí que fuera mi guía espiritual”. Los primeros abusos “Al pasar el tiempo se fue generando tal grado de cercanía que, llegado un fin de semana de 2OO2 Laplagne llegó a mi casa para pedirme que lo ayudara a ordenar el departamento de sus padres en lo comuna de San Bernardo. El sacerdote conversó con mi mama, y le manifestó que tal vez yo podría quedarme o dormir. Dado lo mucho que mi mamá confiaba en Laplagne, me autorizó para acompañarlo. Fue en ese lugar donde comenzaron a ocurrir situaciones extrañas. Él tenía más de 45 años y yo sólo tenía l3 años. Vimos el ‘Señor de los Anillos’, y al terminar la película me levanté para ir a dormir a la otra habitación, pero Laplagne me dijo: “duerme acá, conmigo ¿O no confías en mí?” En ese momento, extrañado y descolocado, no me atreví a negarme, pues si lo hacía -tal como él me había dicho-, significaba que yo no confiaba en él, por ello, casi como absorto, fui al baño a ponerme mi pijama y al salir, él se encontraba dentro de la cama, dispuesto a dormir. Lo situación fue incómoda, pero en honor a la verdad, no hubo contacto físico durante lo noche”.

“Intentó introducir sus dedos en mi ano” “[El año 2004] Laplagne llegó a mi casa para pedirle a mi mamá que yo lo acompañara a un viaje a la playa, algo habitual a esa altura. Nos quedaríamos en un departamento que habían adquirido sus padres en un condominio en Isla Negro. Al entrar al departamento me propuso que me duchara. Al salir de la ducha, el sacerdote Jorge Laplagne había abierto la puerta del baño y se preparaba para ingresar, lo que me descolocó. Se encontraba desnudo, cubierto solo por la toalla, por lo que me apresuré a salir. Fue en ese momento en que me abrazó fuertemente y sentí su erección. Me paralicé. Salí del baño cerrando la puerta tras de mí, caminando apresuradamente hacia la habitación donde se supone que yo dormiría. Comencé a tiritar por los nervios que la situación me produjo. Desperté con él abrazándome fuertemente. Intenté moverme, pero en ese momento se subió arriba mío, con sus brazos sujetó fuertemente los míos, y comenzó o refregarse, sobre mí, yo sentía su erección. Por lo fuerza que ejerció sobre mí, me costó sacármelo de encima, pero logré girarme para salirme, sin embargo, al soltarme me abrazó de tal forma que me introdujo su mano por debajo del pantalón de mi pijama, me abrió las nalgas e intentó introducir uno de sus dedos en mi ano. Ya absolutamente paralizado y tiritando, me giré nuevamente para que, con mi peso, estuviere obligado a sacar su mano de mi ano. Al girarme, Laplagne comenzó a darme besos en mis labios a la fuerza, mientras se seguía refregando sobre mí, recuerdo que su respiración se volvió entrecortada. Luego de eso, sin medir palabra, se corrió hacia una esquina de la cama, y esperé que se durmiera. Comencé a llorar sin consuelo. Recuerdo como si fuese ayer, el miedo que me causó y el odio que sentí contra mi mamá, mi hermano, contra Dios y contra todo aquel que pudiendo defenderme, no estaba ahí para apoyarme. Lloré hasta quedarme dormido. [Al regresar a Santiago] me dijo: ‘si dices algo, tu mamá arriesga el trabajo en la parroquia, y ella podría enterarse de tu homosexualidad’”.Las denuncias y el encubrimiento “Durante el año 2O1O, ya alejado definitivamente de la iglesia, asumí mi homosexualidad con mi familia, y presenté a una pareja en mi casa. Él me escuchó y me empoderó para hablar del tema. Una vez que reuní las fuerzas para enfrentar a mi abusador, llamé por teléfono al Arzobispado de Santiago, y pedí una audiencia con el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, quien me indicó vía telefónica que dada la naturaleza de mi relato, debía dirigirme físicamente o la cancillería del arzobispado para hacer la denuncia. Al llegar, me recibió el entonces canciller, presbítero Hans Kast Rist, quien tomó mi declaración, y me pidió disculpas a nombre de la iglesia. Él me informó que se haría una investigación con la declaración que yo había prestado. Días más tarde, se contactó conmigo el ex vicecanciller del arzobispado, Oscar Muñoz Toledo, el cual me comentó su sorpresa ante mi declaración, me ofreció su colaboración y me invitó a iniciar el proceso que estaría a cargo del padre Raúl Hasbún Zaror, quien ejercería su rol como promotor de justicia. Durante la declaración me llamó la atención algunas de las preguntas del padre Hasbún: si buscaba compensación económica y si sentí placer cuando (Jorge Laplagne) me metió el dedo en el ano. Al finalizar la declaración, me hicieron firmar un documento en el que renunciaba a hacer cualquier presentación ante tribunales. Luego de mi declaración, Muñoz Toledo me indicó que podía hablar con una psicóloga que trabajaba en Santiago (yo vivía y estudiaba nutrición en la VIII Región). Dada la poca acogida, preferí alejarme, pues yo había cumplido con mi responsabilidad: denunciar al agresor y confiar en la justicia. Hoy, no me cabe duda que esa pasividad pudo corresponder a un proceder que no buscaba saber la verdad, sino librar al sacerdote de culpa.